Es mi último cuadro de 2018
–diciembre.
Un acrílico sobre lienzo de
65x54 cm.
Mantengo una relación de
memoria afectiva con el viejo mundo de la herrería, sobre todo desde que lo
tomaron en sus pinceles los pintores del primer realismo, despojaron la fragua
de connotaciones mitológicas y la expresaron como lo que era: el centro
artesanal de la vida de los pueblos, un imprescindible oficio.
En la fragua se construían
herramientas y se reparaban.
Además, la herrería era un
lugar “caliente” en que la chavalería esperaba –ya en el siglo XX- su traslado
al colegio y desde siempre, fue un lugar de reunión tertulia, precisamente porque “la
calefacción” estaba garantizada.
Durante años he sido
depositario (y guía) de La Fragua sita en la aldea en que vivo hace ya doce
años (Riaguas en Segovia) y que a día de hoy, vive como Museo de la Fragua.
Este cuadro es mi obsequio
a la familia del que fue el último herrero de esta aldea.
Muy luminoso. Sincero homenaje a un oficio ciertamente importante.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Me encanta!
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